Annie Besant


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Aunque Annie Besant haya escrito, en algún lugar, que sólo quería como epitafio para sí misma el de que “ella procuró seguir la Verdad”, su figura es tan luminosa, que los más bellos adjetivos, los más inspirados epítetos le fueron consagrados por muchos de los que pudieron conocer su naturaleza impar. Entre tanto, para nosotros, la más expresiva de todas las imágenes se debe a Charles Blech, Secretario-General de la Sociedad Teosófica de Francia a principios de siglo: “El Alma de Diamante”, Annie Besant fue, sí, un alma de diamante – tan fuerte y tan delicada, tan bella y tan resistente, brillando intensamente en tantas facetas, como si fuera la exponente de cada uno de los Siete Rayos.

Infancia, Juventud y Matrimonio

Annie Wood nació el 1 de Octubre de 1847 en Londres, pero su ascendencia tenía un fuerte componente irlandés, raíz que siempre le agradó. Sus abuelos por parte de la madre – mujer de gran sensibilidad – eran ambos irlandeses, así como también por el lado materno del padre – hombre de sólida cultura humanista, matemático y profesor de francés, alemán, italiano, español y portugués.

El padre de Annie murió días después de ella cumplir cinco años. Comenzó entonces una época difícil para la madre viuda, tanto del punto de vista emocional, como económico. Sin embargo a los ocho años, cuando (con su hermano Henry y su madre) fue a vivir para Harrow, a una antiquísima casa que se abría a un amplio jardín, de lujuriante arbolado, Annie vivió un periodo feliz. Ella escribió en su Autobiografía: “No había árbol al que no hubiese trepado, y uno de ellos, un frondoso laurel de Portugal, era mi lugar predilecto. Allí tenía mi cuarto y mi sitio, mi estudio y mi despensa. En ésta
guardaba las frutas que podía coger libremente de los árboles y, en el estudio, permanecía horas sentada, con algunos de mis libros favoritos”.

En aquel tiempo, la Sra. Marryat, hermana de un conocido escritor de la época, se ofreció para proveer a Annie de una educación esmerada. Tal fue  aceptado, aunque implicase que Annie pasaría menos tiempo con la madre – una decisión bien difícil ya que, citando más una vez las palabras de nuestra heroína, refiriéndose a la madre, “mi amor por ella era idolatría, y el suyo por mí era devoción”. Apenas reuniéndose en los periodos de vacaciones, “el vínculo de amor entre nosotras dos fue tan tenaz que nada pudo romperlo”.

La Sra. Marryat tenía alma de educadora, de lo que se beneficiaba un conjunto creciente de chicas y chicos (“yo jugaba a críquet y sabía trepar como el mejor de ellos”). Este último hecho era inusual en la época, como se sabe. Annie cuyo sentido de reverencia, respeto, gratitud y lealtad fueron exponenciales durante toda su vida, enalteció a aquella amiga: “Carezco de palabras para expresar lo que le debo, no solamente en conocimientos como, también, en amor por la sabiduría, que desde entonces vivió en mí como un constante estímulo para el estudio”.

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