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Los antiguos filósofos poblaron los elementos de la Naturaleza con razas y especies completamente desconocidas para el hombre común. Los sabios de todas las edades afirmaron que la Naturaleza obra a través de fuerzas inteligentes, y no a través de leyes mecánicas. Sobre esta hipótesis, fue construida la doctrina de los Espíritus de la Naturaleza y las larvas elementales. Paracelso, llamado el Hermes suizo, y el primer gran médico de los tiempos modernos, nos ofrece el más completo análisis de estas extrañas criaturas que viven, se mueven, y cuyo ser no es visto ni tampoco comprendido por el hombre mortal. Pese a ver todos los días sus obras, nunca se nos ha enseñado a conocer los trabajadores que, día y noche, actúan a través de las fuerzas más sutiles de la Naturaleza.
De acuerdo con las antiguas doctrinas, el universo tangible está compuesto de cuatro elementos principales. Estos cuatro elementos están regidos por los Señores de la Forma, a los que a veces se denomina Querubín de cuatro cabezas. El Querubín de cuatro cabezas apostado a las puertas del Jardín del Edén; el Querubín de cuatro cabezas que, con su otro hermano de creación, está arrodillado en el Asiento de Misericordia del Arca de la Alianza; las cuatro bestias del Apocalipsis; los cuatro aspectos de la gran esfinge asiria; el hombre-toro babilónico, todos simbolizan estos cuatro elementos primordiales.