SER BUDDHA POR ALGUNOS MOMENTOS AL DÍA… VESTIDO CON SU TRAJE AZAFRÁN EXALTANDO EL PROPIO CORAZÓN DE FORMA FERVIENTE, EN UN PROFUNDO ÉXTASIS MÍSTICO.

Esta semana les recomendamos el texto:
Conectando los dos mundos (arriba el cielo y abajo la esfera de la oscuridad) está la espina dorsal, una cadena de treinta y tres segmentos, que protege en su interior a la médula espinal. Esta escalera de huesos juega un rol muy importante en el simbolismo religioso de los antiguos. A menudo, se la menciona como un camino o escalera en espiral. Algunas veces, se le llama la serpiente, otras, la vara o cetro.
Se dice que el templo de los dioses que gobiernan la Tierra está en el Polo Norte, el cual es, mencionándolo de paso, el hogar de Santa Claus, porque el Polo Norte representa el lado positivo de la columna vertebral del «Señor planetario». Santa Claus, saliendo de la chimenea, con su ramita de siempreviva (Árbol de Navidad), en la estación del año cuando la Naturaleza esta muerta, tiene una hermosa interpretación masónica para aquéllos que quieran estudiarla.
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Entre el cielo de arriba y el infierno de abajo está la Tierra, llamada por los escandinavos Midgard, o jardín del medio. Está suspendida en el espacio y constituye la morada de los hombres y otros seres vivientes. Está conectada con el cielo por un arco iris que hace de puente y por el cual los dioses descienden. Sus cráteres volcánicos y fisuras, se dice que sirven de conexión con el infierno, el lugar de la oscuridad y el olvido. Aquí, “entre los dominios del cielo y de la tierra que maneja», como dice Goethe, existe la Naturaleza. La verde campiña, los corrientes ríos, el poderoso océano, existen sólo en el mundo medio, el cual es una especie de campo neutral, en donde las huestes del bien y del mal libran su eterna batalla de Armageddon.
Abajo, en oscuridad y en llamas, tormentos y sufrimientos, esta el mundo de Hel, el cual nosotros hemos interpretado como infierno. Es lo más bajo; porque, seguramente, así como pensamos del cielo como lo de arriba, lo hacemos del infierno como lo de abajo, mientras que este lugar medio (Tierra) parece ser como la línea divisoria entre ambos. En el infierno están las fuerzas del mal, las lágrimas, los profundos dolores, los poderes destructivos, los cuales están siempre produciendo aflicción a la Tierra y luchando, incansablemente, para derribar el trono de los dioses en el cielo.
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En la Escritura se nos dice que Dios hizo al hombre a su propia imagen y semejanza. Así ha sido declarado no solamente en la Biblia Cristiana, sino también en la mayoría de los escritos sagrados de los seres iluminados. Los patriarcas judíos enseñaron que el cuerpo humano es el microcosmos, o pequeño cosmos, hecho a la semejanza del macrocosmos, o gran cosmos. Esta analogía entre lo finito y lo infinito se ha dicho que es una de las claves por la cual se pueden develar los secretos de la Sagrada Escritura. No hay ninguna duda que el Viejo Testamento es un libro de texto fisiológico y anatómico para aquellos que son capaces de leerlo desde un punto de vista científico.
Las funciones del cuerpo humano, los atributos de la mente y las cualidades del alma humana, han sido personificados por los sabios de la antigüedad, y un gran drama ha sido elaborado acerca de sus relaciones entre si mismos y con los demás. Al gran egipcio semidios Hermes, la raza humana debe su concepto sobre la ley de analogía. El gran axioma hermético fue: «Como arriba es abajo; como abajo es arriba.»
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El mundo que conocemos es el jardín de infantes del espíritu. Aquí las almas infantiles son instruidas en las realidades por medio de las irrealidades. De la misma manera que cortar figuritas o hacer barquitos de papel es el primer paso en la educación del niño, las cosas aparentemente muy ale jadas de la verdad modelan, en una forma misteriosa, el carácter del hombre según líneas de conducta que más tarde lo llevarán a la sabiduría.
El Cuerpo Mental. En los tiempos presentes este es el vehículo más elevado del hombre, salvo unos pocos Adeptos y Maestros muy adelantados que actúan conscientemente en el cuerpo búdico. En la mayoría de la gente, el cuerpo mental aparece como una nube amarilla que rodea la cabeza y los hombros. Cuanto mayor es la fuerza de pensamiento de la persona, tanto más organizado es el cuerpo mental.
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De noche, en los cementerios se ven en el aire esferas de luz fosforescente y onduladas colgaduras de fósforo; porque el cuerpo humano cuando se desintegra, crea una niebla luminosa. Los antiguos pueblos daban a esta niebla luminosa el nombre de sombra, o aparición. Decían también que las sombras de los hombres recorrían los senderos de su pasado, como el fantasma del padre de Hamlet se paseaba por las murallas almenadas de su castillo.
En estas esencias de la Naturaleza, viven también seres que se visten con esos cuerpos que se disuelven lentamente, como un actor se pone un traje de disfraz o lleva una máscara. Estos disfrazados son generalmente los elementales del éter.
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Al hombre le fue concedido, como a su Dios, ser un creador. La chispa de vida que tiene dentro de él es capaz de otorgar vida eterna a las partículas indeferenciales que existen en la naturaleza. En otras palabras, dentro del hombre hay una piedra de toque que transforma en una sustancia similar a él todo lo que se pone en contacto con su persona. Como el universo está lleno de las chispas de las ruedas de Dios, también los elementos de la naturaleza están llenos con las chispas que se desprenden de las ruedas de vida, retorciéndose y girando dentro de los organismos más bajos de la naturaleza.
El hombre es un dios que se está haciendo; está mucho más cerca de la divinidad de lo que cree o de lo que le conviene creer. El infinito deseo de crear late en su sangre en la misma forma en que lo hace en el ser de la Deidad; en cada momento de su vida expresa las cualidades divinas de la creación. No sólo crea seres semejantes a él y perpetua su especie por media de la ley natural, sino que es también un creador en los planos más elevados de la naturaleza. Del mismo modo en que su organismo físico reproduce seres semejantes a él, también nacen de su ser otros hijos.
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Los Espíritus de la Naturaleza son a veces visibles a simple vista, pero sólo pueden ser dominados por aquellos que controlan los elementos en los que estas entidades viven. Por consiguiente el poder del hombre sobre esos elementos le otorga el predominio sobre esos reinos. Según los antiguos, los elementales estaban originalmente bajo el dominio del hombre adámico, y están siempre sometidos a aquel que es dueño de su sustancia. Sirven con sinceridad, aunque no comprenden o reconocen las necesidades de la raza a la que sirven. Guiados por jerarquías más elevadas, estos seres son la base inteligente de los fenómenos naturales, y ayudan a implantar cualidades y poderes dentro de la planta, el mineral, el animal y el hombre.
Prácticamente toda la sabiduría oculta del mundo se basa en el conocimiento de los cuatro éteres y de sus poderes como factores en el desenvolvimiento de las combinaciones de formas. Los éteres en los cuerpos de los minerales, plantas, animales y el hombre, son la base de la diferenciación de estos reinos de vida. Sin su principio vital (que es, en verdad, el Hiram Abiff de la Masonería) la construcción del templo de las edades no podría proseguirse.
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Los antiguos filósofos poblaron los elementos de la Naturaleza con razas y especies completamente desconocidas para el hombre común. Los sabios de todas las edades afirmaron que la Naturaleza obra a través de fuerzas inteligentes, y no a través de leyes mecánicas. Sobre esta hipótesis, fue construida la doctrina de los Espíritus de la Naturaleza y las larvas elementales. Paracelso, llamado el Hermes suizo, y el primer gran médico de los tiempos modernos, nos ofrece el más completo análisis de estas extrañas criaturas que viven, se mueven, y cuyo ser no es visto ni tampoco comprendido por el hombre mortal. Pese a ver todos los días sus obras, nunca se nos ha enseñado a conocer los trabajadores que, día y noche, actúan a través de las fuerzas más sutiles de la Naturaleza.
De acuerdo con las antiguas doctrinas, el universo tangible está compuesto de cuatro elementos principales. Estos cuatro elementos están regidos por los Señores de la Forma, a los que a veces se denomina Querubín de cuatro cabezas. El Querubín de cuatro cabezas apostado a las puertas del Jardín del Edén; el Querubín de cuatro cabezas que, con su otro hermano de creación, está arrodillado en el Asiento de Misericordia del Arca de la Alianza; las cuatro bestias del Apocalipsis; los cuatro aspectos de la gran esfinge asiria; el hombre-toro babilónico, todos simbolizan estos cuatro elementos primordiales.
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Es una desgracia que una religión con las posibilidades culturales del cristianismo, muestre una actitud tan poco amigable hacia el desarrollo mental. Por dos mil años el cristianismo ha fruncido el ceño ante el progreso intelectual, marcando con desdén a la mente como una creación falsa, con la cual “Su Majestad Satánica” espera entrampar a la raza humana. Aunque es cierto que la mente inferior (o animal) es una real amenaza, es mucho más evidente la verdad de que los resultados de una mente iluminada son factores indispensables para el desarrollo de la civilización.
Semejante a algunas otras religiones, el cristianismo, en su apelación, es distinta y primariamente emocional. Aunque la naturaleza espiritual se expresa a si misma en forma más adecuada por medio de la naturaleza emocional trasmutada, también sabemos que la emoción no regenerada y sin trasmutar, ha dado como resultado exceso de bestialidad y derramamientos de sangre como lo fueron la Inquisición española y la noche de San Bartolomé.